(Extraído del libro “Léxico esotérico” de Trigueirinho)
RADIACTIVIDAD:
Emisión de energía y partículas por parte de los núcleos de los átomos de ciertos elementos químicos, puede ser natural o artificial. Cuando es natural, su potencial energético no afecta el equilibrio de la vida planetaria. Cuando es engendrada por el hombre, genera reacciones en cadena, poco controlables; por ser muy rápidas, esas reacciones causan la liberación repentina y expansión violenta de la energía. El actual grado de contaminación radiactiva del plano físico del planeta repercute en las esferas suprafísicas y corroe el hilo de vida que une la conciencia de los seres a los cuerpos. Los átomos materiales poseen una contraparte sutil a la cual están unidos por una red de éteres. Cuando el hombre trata de obtener energía del núcleo de estos átomos, actúa directamente en la base donde el poder divino ancora en la existencia concreta. Movido por fuerzas oscuras, el individuo procede de esta manera, lo que constituye una trangresión de leyes que deberían ser aprehendidas, controladas y utilizadas en beneficio del Todo. Las consecuencias kármicas de esta transgresión son graves. Al alterar el núcleo de un átomo físico, rompe la red que une la partícula a su contraparte sutil. La energía liberada deja de responder a las leyes regentes del plano al que pertenece y se torna agente desintegrador de las formas. Es como si comenzase a actuar por cuenta propia, fuera de los ritmos cósmicos, y sólo la intervención de un poder superior es capaz de poner fin a ese desequilibrio. Por eso el trabajo de transmutación y de preservación de la vida realizado por los centros planetarios y entidades sutiles es inconmensurable y constante. Si no fuese por ello, la Tierra ya no existiría como planeta material.
Gran parte de los elementos químicos posee isótopos radiactivos en una proporción cuidadosamente controlada por las Inteligencias rectoras de la naturaleza. Esos elementos radiactivos resultan de la condensación del excedente de fuerzas cósmicas introducidas en la materia, pero no asimiladas. Son trasformados en un proceso basado en ciclos, hasta que lleguen al estado no radiactivo, proceso en el que excedente de fuerzas cósmicas es absorbido por la materia. Desequilibrar la proporción entre partículas radiactivas y no radiactivas es sobrecargar el sustrato material del planeta y, en consecuencia, interferir en su capacidad de recibir y procesar fuerzas siderales. Por eso, al trabajar arbitrariamente con energía atómica, el ser humano altera la fluidez de la interacción de la Tierra con la vida extraplanetaria. En “The notebooks of Paul Brunton”, se lee: “Lo que los científicos hicieron fue destruir el átomo, la materia prima creada por Dios y utilizada por Él para crear el Universo. Liberaron fuerzas destructivas y las lanzaron en el mundo, y con ellas, introdujeron fuerzas degeneradoras en medio de la humanidad. Incluso el uso comercial pacífico de la energía nuclear en reactores nos traen esos males, y los procedimientos de seguridad no son capaces de controlarlos”.
En tiempos remotos, existió en la superficie de la Tierra una civilización que alcanzó un progreso tecnológico bastante superior al actual. Esta civilización fue destruida en un holocausto nuclear; algunos individuos lograron sobrevivir el penetrar en el interior de la Tierra. Con el tiempo, edificaron una nueva civilización. Hace décadas, cuando la humanidad redescubrió el uso de la energía nuclear, los gobiernos responsables fueron contactados y advertidos acerca del inmenso riego que corría el planeta. Les ofrecieron ayuda para que abandonaran el intento; serían instruidos en el uso de energías no contaminantes. Las advertencias fueron ignoradas y la ayuda, rechazada. Pocos años después, en Hiroshima explotaba la bomba atómica. La repercusión se esa elección trasciende el ámbito planetario.
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